Patrona y Alcaldesa Perpetua de Antequera

Remedios camarín

Fecha del patronazgo

1546

Establecimiento en la sede actual

1609

Sede

Iglesia de Los Remedios, Antequera

Desamortización del convento y uso como consistorio

1845

«En aquel tiempo florecía en todas partes el milagro».

De esta forma iniciaba José María Fernández el capítulo dedicado a la Iglesia de los Remedios en su libro seminal. Se refería, por supuesto, a la tradición -entre leyenda y realidad histórica-, que recogida inicialmente por los terceros franciscanos en su Memoria Conventual, divulgaría con posterioridad la historiografía local: el milagroso encuentro entre el apóstol Santiago y el eremita Fray Martín de las Cruces, en el que aquél le hizo entrega de la imagen de la Virgen en sustitución de aquella de Villaviciosa que hasta entonces presidía el altar del cenobio.

Pero, ¿explica el origen de la imagen el que en fechas cercanas al acontecimiento -supuestamente acaecido en 1522-, la Virgen de los Remedios se convirtiese en la patrona mariana de la ciudad y fuese objeto de tan señalada devoción popular desde ese momento? Si, pero no en su totalidad. Acontecimientos como el que estamos relatando deben entenderse en el contexto en el que se produjeron, o más bien, en el que fueron elaborados y comenzaron a transmitirse a través de crónicas e historias locales; en todo caso, es preciso recordar que surgieron en una época donde la religión -y en España la iglesia católica- desempeñaban una función esencial de cohesión social, de la que formaban parte, como un elemento nuclear, las alusiones a intervenciones milagrosas y divino de representaciones materiales de Jesucristo o la Virgen.

 

De ahí que las obras eruditas de la época -en Antequera las de Tejada, García de Yegros o el Padre Cabrera- estén salpicadas de relatos donde las divisoria entre el hecho histórico y la fabulación es imposible de establecer; narraciones que contribuían a consolidar, en tiempos de crisis como fueron los contrarreformistas, la relación que se pretendía directa entre la ciudad de Dios y la de los hombres, dotando a esta de un contenido espiritual y simbólico (en este caso es el propio apóstol Santiago el que viene a Antequera) que la distinguía de todas las restantes.

Claro que la historia no estaría completa sin mencionar elementos bastante más prosaicos. Ciertamente, los franciscanos no dejaron de esgrimir en ningún momento la entrega divina como un factor decisivo para conseguir lo que todas las órdenes mendicantes pretendٍan en aquella época: fundar en el interior del núcleo urbano; un empeño especialmente complicado en las décadas finales del Quinientos, cuando las órdenes reformadas se añadieron a las que ya estaban localizadas en Antequera y sus alrededores, para conseguir la autorización que les permitiese abrir convento en la ciudad. En esta pugna, y en aquella época, casi todo era valido; por supuesto emplear métodos violentos (como fue la ocupación de la ermita de Belén por los compañeros de Fray Martín de las Cruces), pero otros mas sutiles; en el caso que nos ocupa, aprovechar la devoción popular convirtiendo la ermita de las Suertes en un lugar de peregrinación, articulando recorridos procesionales que uniesen ciudad y campo – recuérdese la construcción del puente de los Remedios- y destacasen la intersección milagrosa de la imagen para palia las periódicas calamidades que en forma de epidemias, hambrunas o sequías afectaban a los antequeranos de la época.

Sin embargo, los frailes no fueron los únicos que utilizaron en su beneficio la devoción despertada por la imagen. También los intereses de la oligarquía local por controlar el poder municipal permiten explicar porqué, de entre todas las advocaciones marianas, la Virgen de los Remedios alcanzó el favor de los munícipes, siendo elegida patrona de Antequera en una fecha tan temprana como 1546.

No debemos olvidar que, en última instancia, detrás de los conflictos entre ordenes tan frecuentes en la España de los siglos XVI y XVII pugnaban los intereses contrapuestos de familias poderosas, que no dudaban en explotar los sentimientos de fe en función de sus propias necesidades de reproducción como grupos dominantes. En este sentido, la fortísima pugna mantenida entre agustinos y franciscanos (aquellos oponiéndose a un tratado que les mermaba las rentas, todavía más cuando el principal activo de sus «competidores» terceros era nada menos que una imagen de la Virgen entregada por el propio Santiago) debe entenderse también como un trasunto de la no menos encarnizadas lucha que en esos tiempos libraban por el poder los Narváez, los Chacones, los Rojas o los Padilla. Pero además, en el apoyo que recibieron los frailes para alcanzar su definitivo traslado a la ciudad (primero a la ermita de Belén, luego a la de San Bartolomé y por último, en 1609, a los Remedios), se dirimían algo mucho más profundo que la mera adscripción a uno u otro grupo de poder; se trataba de una confrontación entre la antigua oligarquía feudal y militarizante y el emergente grupo mercantil desarrollado en una ciudad que al cabo del siglo XVI se había convertido en una de la más populosa y vitales de España, y que apenas tenía que ver -ni en su funcionalidad ni en su morfología – con la fortaleza militar de la que había surgido en siglos anteriores.

En esas coordenadas de conflicto en las que también debe contemplarse el origen del patronazgo de los Remedios; de alguna forma, éste representa el afán de la burguesía urbana por dotarse de unos rasgos de identificación propios, frente a los que profusamente manejaban la rancia y militarizada oligarquía local. Así, a una patrona ganadora que simbolizaba el viejo orden y recordaba anualmente que la ciudad-fortaleza, y con ella a sus guardianes -las familias que había participado en la conquista-, seguían dominando los resortes del poder local, las nuevas clases urbanas oponían una advocación mariana más propia de la funcionalidad mercantil y artesanal que la ciudad cumplía en aquellos tiempos. Ello explica el interés por convertir lo que originariamente fue una devoción con un componente agrario muy acusado, en un culto exclusivamente urbano (el traslado desde la ermita de las Suertes se produjo definitivamente cuando la ubicación, en el convento de la calle Estepa, se presumió definitiva). De ahí no debe extrañar que cuando a finales del siglo XVII quedo conformada la primera cofradía de los Esclavos de Ntra. Sra. de los Remedios, de los veinte hermanos fundadores, la mayoría, además de regidores y jurados del Consejo, fuesen mercaderes, escribanos o desempeñasen lo que hoy podríamos denominar profesiones liberales. Esta vinculación entre la fracción más dinámica del Cabildo y la advocación mariana quedaría sancionada un siglo y medio más tarde; en unos tiempos muy distintos, luego de que los vientos liberales de las Cortes de Cádiz barriesen los restos del antiguo orden, el Ayuntamiento de Antequera tomó en 1845 una decisión histórica. Fue entonces cuando, para sustituir las derruidas Casas del Cabildo de la Plaza Alta, acordó adquirir uno de los numerosos inmuebles que la desamortización había dejado libres en la parte baja de la ciudad. El edificio elegido no fue otro que el antiguo convento de los Remedios, en cuyo templo permanecía la Patrona de la Ciudad. Con este acto simbólico, los capitulares cerraban el proceso abierto varios siglos antes; resuelto el conflicto secular con el viejo orden, ambos, ciudad e imagen – ahora simbiosis perfecta de la ciudad de Dios y de los hombres- compartieran desde entonces el mismo espacio común.

Texto de Antonio Parejo Barranco

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